No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba.
Malamente, a sabiendas, equivocó el camino.
¿Adonde vas? Gritando, por mas aligeraba,
no paré tu destino.
¡Que mi muerte madruga! ¡Levanta! Por las calles,
los terrados y torres tiembla un pensamiento.
A todo costa el río llama a los arrabales,
advierte a toda costa la oscuridad al viento
Yo, por las islas, preso, sin saber que tu muerte
te olvidaba, dejando mano libre a la mía.
¡Dolor de haberte visto, dolor, dolor de verte
como yo hubiera estado, si me correspondía!
Debiste de haber muerto sin llevarte a tu gloria
ese horror en los ojos de último fogonazo
ante la propia sangre que doblo tu memoria,
toda flor y clarísimo corazón sin balazo.
Mas si mi muerte ha muerto, quedándome la tuya,
haré por merecerla, hasta que restituya
a la tierra esa lumbre de cosecha cumplida.
Rafael Alberti
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