jueves, 10 de abril de 2014

Efigie lóbrega



— No esta muerto. — Oí que una voz susurraba detrás mio.

Recordaba que su tono de piel era levemente más oscura que la que presentaba ahora. Su figura de pies a cabeza parecía de porcelana aunque no se veía tan frágil como esta. Su camisa holgada y abierta hasta el torso dejaba ver una complexión semejante a una efigie de mármol.

Aun viéndolo no podía entender como algo así podía suceder de verdad. Inmóvil frente a mí estaba la persona que yo hace cinco días había llorado. Su fallecimiento había sido un golpe muy duro para mí, pensé que todo esto podía ser producto de mi desesperación pero sus ojos verdes me impedían creer que no fuese cierto.

Mi amiga de la infancia estaba conmigo ese día. Hablamos hasta muy entrada la noche, en mi habitación, cuando nos percatamos que una silueta se alzaba entre las sombras del balcón. Por instinto retrocedimos al ver de quien se trataba y aún permanecíamos en esa posición.

—En tierras lejanas se sabe que hay seres que no mueren aunque estén muertos —dijo Anne con los ojos fijos en él.

—Eso son solo leyendas —respondí sin quitar los ojos del que alguna vez fue mi amado.

—¡¿Cómo explicas esto?! —replicó a la par que se alejaba totalmente aterrada.


Siguiendo la dirección de su mirada observé como el que se parecía a mi prometido se acercaba raudamente. Sentí que me agarraba fuertemente de la muñeca y posaba su otra mano en mi cuello dejándolo al descubierto. Un dolor insoportable se apoderó de mí, cuando noté como dos filosas agujas se hundían en él, al mismo tiempo que en el fondo del dormitorio se oyó un grito ahogado proveniente de Anne.
Él se alejó de mi cuello para morderse sus labios con sus propios colmillos, y de la misma forma en la que
me había jalado me obligó a besarle haciéndome beber su sangre.