domingo, 27 de marzo de 2011

Murió Hugo Midón

No hay flores para chicos y flores para adultos; las flores son flores para todos”: esa frase, escuchada de boca de su maestro Ariel Bufano, marcó el rumbo de su carrera, la del autor, actor y director que a fuerza de tomarse en serio el teatro para chicos, hoy merece ser despedido como un grande.

El actor y director de obras de teatro infantiles Hugo Midón falleció este viernes alrededor del mediodía en su domicilio víctima de cáncer. Tenía 67 años.

Midón fallecó después de más de tres años de lucha contra el cáncer. Como legado dejó una prolífica carrera en el teatro infantil, tanto como director, actor y maestro.

Además de estar al frente de su propia escuela de teatro para chicos, Midón fue creador de títulos inolvidables como "La vuelta manzana", la saga de "Vivitos y coleando", "Locos re-cuerdos", "Popeye y Olivia", "El salpicón", "Stan y Oliver", "La familia Fernández", "La trup sin fin" , "Derechos torcidos", "Objetos maravillosos", "Huesito Caracú" y "Playa "Bonita", entre otros.

Hugo Midón revolucionó los espectáculos para niños en la Argentina. Fue maestro de varias generaciones de actores. Tanto, que el año pasado se crearon los premio Hugo a la comedia musical, bautizados así en su honor.

Egresado del Instituto de Teatro de la Universidad de Buenos Aires, en 1967 debutó como actor en Los caprichos del invierno , una obra para chicos de Ariel Bufano, y desde entonces no dejó de respetar a pie juntillas las enseñanzas de su referente. Cuando se le pedía que sintetizara ese aprendizaje, Midón hablaba de la necesidad de que el artista respetara al público infantil: “Vestuario, escenografía y trabajo actoral deben estar cuidados”, advertía. Y agregaba que el teatro para niños “es un género en sí mismo, y no un escalón hacia el teatro para adultos; hay que hacerlo seriamente”

Apasionado por el trabajo actoral, en 1982 creó el centro de formación teatral Río Plateado, y allí trabajó como director y docente hasta el momento en que la enfermedad se lo permitió. En 2009, un tumor comenzó a complicarle la salud.

Playa Bonita fue la última obra de Midón. Se diría que el destino le había preparado una despedida placentera de la escena teatral, ya que, según había contado en su momento, la obra “surgió de mis últimas idas a Brasil, de un enamoramiento de la playa como lugar de observación de situaciones; allí, te cruzás con gente y escuchás un pedacito de una conversación y seguís, entonces empezás a imaginar cómo terminaría esa conversación”.

Con la muerte de Hugo Midón, los chicos se han quedado sin el gran maestro. Pero sus obras siguen vivas. Y con ellas, los valores que siempre defendió: la solidaridad, el compromiso con el prójimo, la alegría, la decisión de vivir la vida como una fiesta, plena de asombro, y siempre, compartida, porque no admitía el goce egoísta.

Su mamá solía explicarle que en este mundo, siempre habrá ricos y pobres. No logró convencerlo. “Algo de cierto hay en lo que decía mi mamá -admitía ya adulto, y abuelo-, pero igual sigo apostando a un mundo con igualdad de oportunidades para todos. ¿Que eso es más un deseo que una realidad? Puede ser, pero estoy convencido de que el deseo es lo que mueve a las personas”. En ese punto, solía citar al escritor italiano Gianni Rodari, quien afirmaba que “si no tuviéramos esperanza, no iríamos al dentista”. “Ese pensamiento es genial -se entusiasmaba Midón-, porque lo que te mueve es la esperanza de que efectivamente habrán de mejorar si cada uno aporta un granito de arena”.


sábado, 19 de marzo de 2011

Memorias de un Wing Dercho ( por Roberto Fontanarrosa )


Y aquí estoy. Como siempre. Bien tirado contra la raya. Abriendo la cancha. Y eso no me enseño nadie. Son cosas que uno ya sabe solo. Y meter centros o ponerle al arco como venga. Para eso son wines. No me vengan con eso de wing “ventilador” o wing “mentiroso” o las pelotas. Arriba y contra la raya.
Abriendo la cancha para que no se amontonen los forwards en el medio. Nada de andar bajando a ayudar al marcador de punta ni nada de eso. Si el marcador de punta no puede con el wing de él... ¿para qué m... juega de marcador de punta? Lo que pasa es que ahora cualquier mocoso le sale con esas teorías nuevas y nuevas formas de juego o te viene con la “holandesa” o la brasileña y otras estupideces.
¡Por favor! El fútbol es uno solo y a mí no me saca de la formación clásica: el arquero bien parado en la raya y atento. Por ahí escucho decir que Gatti juega por toda el área o sale hasta el medio de la cancha... Y bueno, así le va. Yo al arquero lo quiero paradito en su arco y nada más.
Para eso es arquero. Después una línea de tres. Después otra de cinco. Y arriba que nos dejen a nosotros tres. Más de veinte años hace que jugamos así y nos hemos podrido de hacer goles. De a siete hacemos. Yo ya debo llevar como 6.800. Yo solo... ¡Después me dicen de Pelé! O arman tanto despelote porque Maradona hizo cien. Cien yo hago en una temporada. Y en verano, cuando los pibes se quedan en el club como hasta las dos de la matina, me atrevo a hacer cuarenta, cincuenta goles por semana. Cuarenta, cincuenta. Yo solo... Maradona... ¡Por favor! Y eso para no hablar del centrofoward nuestro. debe llevar más de 12.000 goles. por debajo de las patas... Y...¡el tipo está ahí!
donde deben estar los centrofoward. En la boca del arco. En el área chica. Pelota que recibe, ¡Pum! adentro. A cobrar. Y ojo, que el nueve de los de Boca no es maño tampoco. Es el mismo estilo que el nuestro. Siempre ahí: en la troya. Adonde están los japoneses. ¡Nos ha amargado más de un partido, eh! Yo no he visto los goles que nos ha hecho pero escucho los gritos y el ruido de la pelota adentro del arco.
Le da con un fierro el guacho. Pero, claro, tiene dos wines que son dos salames. Por ahí si jugara al lado mío él también habría hecho como 12.000 goles. ¡Si le habré servido goles al nueve! ¡Si le habré servido goles! Me acuerdo el día del debut. Le estoy hablando de hace 25 años, 25 años, un cuarto de siglo. Sacaron la lona que cubría la cancha y le juro que nos escegueció la luz. Un solazo bárbaro. Yo casi no podía ver por el resplandor en las camisetas, especialmente en las nuestras. Claro, por el blanco. Las bandas rojas parecían fuego. No como ahora, que está saltando todo el esmalte y se ve el plomo. O el piso, del verde ya no queda casi nada. ¡Cómo está ésta cancha! ¡Qué lástima! Qué poco cuidada está. Pero bueno, ese día fue algo inolvidable.
Era domingo al mediodía y se ve que los muchachos estaban alborotados porque esa tarde jugaban River y Boca en el Monumental y ellos se habían reunido en el club para irse todos juntos en el camión para el partido. ¡Huy, lo que era ese día! Y claro, llegaron ahí y se encontraron con que la Comisión Directiva había comprado el metegol.
Yo había escuchado desde abajo de la lona que pensaban inaugurarlo esa noche cuando los socios se juntaban en la sede social a comentar los partidos o tomarse un fernet antes de cenar. Pero... ¡qué!... apenas los muchachos vieron el metegol al lado de la cancha de básquet ni siquiera se molestaron en meterlo adentro.
¡Además, esto es pesado, eh! No sé cuántos kilos debe pesar esto, pero es pesado. Puro fierro, de las cosas que se hacían antes. Bueno, ahí nomás lo destaparon y se armó el partido. Yo calculo, calculo, que había de haber entre 20 y 25 años personal viendo el partido. ¡No menos, eh! No menos. Una multitud. Y había apuestas y todo. Le digo que calculo que había esa gente porque yo ni miré para arriba, le juro, no me atrevía a levantar la vista del cagazo que tenía. Le juro. Uno escuchaba bramar esa tribuna y temblaba.
¡Qué cosa inolvidable! Nosotros, los tres de adelante, tuvimos suerte porque el tipo que nos manejaba se ve que sabía. Yo apenas sentí que se movía, dije: “Hoy vamos a andar bien”. porque también es importante el tipo que a uno le toque para manejarlo. Usted podrá tener condiciones, es más, podrá ser un fenómeno, pero si el que está afuera es un queso, va muerto. Y yo le digo, ahora, con experiencia, yo apenas noto cómo el tipo me mueve ya me doy cuenta si conoce o no. Es una cuestión de experiencia , nada más. No es que uno sea sabio. Escúcheme, usted ve un tipo cómo se para en la cancha y ya sabe cómo juega al fútbol. No tiene necesidad ni de verlo correr. ¡Por favor! Pero ese día se ve que el tipo conocía. No era ni improvisado ni uno que agarra la manija porque está aburrido y para matar el tiempo se juega un metegol. De esos que usted trata de ayudarlos, de darles una mano pero al final el que queda como un patadura es usted. Cuando el culpable es el que tiene la manija. Y usted los escucha gritar: “¡Qué tronco es el siete ese! ¡Qué animal el wing!”. Hay que aguantar cada cosa.
¡Por favor! Pero ese día no. Ese día tuve suerte, lo que es importante en un debut. Y más en un River-Boca. Usted sabe bien cómo son estos partidos. Un clásico es un clásico, digan lo que digan ahora yo ya tengo como 30.000 clásicos jugados y así y todo, le digo, todavía cuando escucho el pique de la primera pelota en la mitad de la cancha me pongo nervioso. Parece mentira. Es que son partidos muy parejos. Somos equipos que nos conocemos mucho. Pero aquél día tuvimos suerte, por lo menos los de adelante. De la mitad de la cancha para adelante la rompimos, la hacíamos de trapo. “Tachola”, me acuerdo que se llamaba el que tenía la manija. Me acuerdo porque le gritaban permanentemente y además porque durante cuatro años vuelta a vuelta venía al club y jugaba. ¡Cómo sabía ese tipo! Lo arruinó la bebida. Cuando llegaba en pedo yo me daba cuenta porque nos hacía hacer molinetes y cada cagada que ni le cuento. Un día me hizo hacer un molinete y yo cacé un chute que la pelota saltó del metegol e hizo sonar un vaso. Me quería hacer pagar a mí el desgraciado. Pero cuando estaba sobrio era un león. Y ese día la gasté. En la defensa no andábamos tan bien porque el que manajaba a los tres era un salame. Un paspado. Pero con los de adelante bastaba.
No hay mejor defensa que un buen ataque, mi amigo, eso lo sabe cualquiera. ¡Por favor! Ahora se meten todos abajo. Están locos. tres pepas hice ese día. Y las otras tres se las serví al nueve, al morochón. Y no tenía bigotes. Lo que pasa es que algún mocoso se los pintó con birome para que se pareciera a Luque. Un gol, me acuerdo, un gol, la bola rebotó en el corner y se me vino. Ibamos perdiendo uno a cero, porque ¡ojo! habíamos arrancado perdiendo, y la hinchada bramaba. La puse debajo de la suela y casi la astillo. La empecé a pisar y me la traje despacito para el medio. El nueve se fue para la izquierda y el once también, para abrirme un buco. Yo la masé y un par de veces amagué el puntazo, pero el fullback me tapaba el tiro y no veía ángulo para el taponazo. Le cuento que yo no le hago asco a patear y cuando veo luz le sacudo. A mí no
me vengan con boludeces. Pero el rubio que me marcaba me tapaba bien. Entonces yo agarro y la engancho de nuevo para afuera, para mi lado, como para meterle un derechazo cruzado, al segundo palo, a la ratonera. ¡Si habré hecho goles así! Y cuando el rubio me sigue para taparme y el arquero cubre el primer palo, de revés nomás, cortita, la toco para el medio. Y el nueve, sin pararla ché, le puso semejante quema que abolló la chapa del fondo del arco. ¡Qué golazo! ¡Lo que fue eso! Yo lo había escuchado al negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la
derecha y ví que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro, lo había escuchado.
Cuando yo me abrí para la derecha ví que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro que me grita: “¡Ah!”. Y se la toqué. Lo mató al Negro. Lo mató. La hacemos siempre a ésa. Diga que ya nos conocen. ¡Qué partido fue ése! Y para esta noche tenemos uno lindo. Si es que vienen los muchachos. Porque los escuché decir que iban a las maquinitas. Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como “pluic” “plinc” , “clun” y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no lo sentí más. Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible y nunca hay guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De ésas que hacen los yanquis. Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el fútbol. Esa es la única verdad. ¡Qué me vienen con esas cosas! Son modas que se ponen de moda y después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol. La única verdad. ¡Por favor!


jueves, 3 de marzo de 2011

Preludio

Podría la noche agitarse en las sombras del olvido y devorarme.
Podría el silencio de mi alma, perderse en un grito y mutilarme.
Y uno a uno de mis sueños perecerán inalcanzables...
Podría esta tristeza inalterable fundirse en cada gesto y cada frase,
Y dejarían mis poemas de desgranarse, en ese preciso instante.

Cual gota de roció que por las noches sobre la hoja cae...
Es mi locura infinita de creer que la vida es una canción que debe cantarse.
Podría esta noche de sábado perder su magia y en la soledad ocultarme,
hasta ignorar el hechizo de ser y estar y con la oscuridad sepultarme.
Si tu piel un día encontró la mía y tú corazón al fin pudo alcanzarme.

Si tus brazos pudieron abrazarme y mi boca por fin logro besarte...
.... y tu cuerpo felizmente consiguió abrigarme.
Como podría borrar cada minuto de esta historia de amor y de coraje.
Seria como desaparecer en el aire. Como naufragar en un instante.
Porque si de pronto te perdiera, yo, ya no volvería a encontrarme...

Inútil seria volverme indiferente o distante, si nada sera como antes.
Podría la vida seguir golpeándome en la cara como llovizna incesante.
Si nunca me sentiré mas libre que entre tus brazos y amándote...
... y si tus ojos me miran sabre que hay un lugar donde puedo refugiarme.
Pues sin ti amor, tan solo dejaría que la noche me tragase.