lunes, 11 de agosto de 2014

Fragile comme l'amour

(Esto vendría a ser una segunda parte de «Efigie lóbrega.».)

Después de aquel incidente, desperté acostada en mi cama con la sensación de que todo ello había sido tan solo una pesadilla. Pero no era así, un sabor metálico en la boca me lo afirmaba. Más tarde noté una pequeña herida parecida a dos punzadas en mi cuello que hicieron recorrer un escalofrío por mi espalda.

Luego de vestirme tuve un ligero mareo que me obligó a sentarme al borde de la cama, una punzada en el cuello me recordó los dos pequeños pinchazos que tenía. Presioné mis dedos contra ellos en un intento de aliviar el dolor.

« ¿Cuál era el significado de esto?»

Me dejé caer sobre el colchón y mirando el techo intenté encontrar alguna respuesta. Lo sucedido pasaba por mi mente como si fuera un sueño.

Durante el resto del día no pude hacer demasiado ya que el cansancio que sentía impedía cualquier acción. Por la noche, si bien había mejorado mi estado, mi apetito era tan escaso que apenas pude probar bocado alguno. Por lo tanto resolví el irme a dormir temprano.

Como si fuera la continuación de una pesadilla ya soñada. Mi cuerpo se congelo y me invadió un inexplicable miedo, un miedo a nada en específico. Salté de la cama en medio de la noche, necesitaba ir a un lugar, no sabía a cuál, pero mi cuerpo se dirigía hacia algún sitio que solo él sabía.

Sin sentir el suelo bajo mis pies, caminé hacia ese paraje. Caminaba con la liviandad de cual objeto que flota. Pronto me encontré en un camino abundante en maleza decorado a los costados por numerosos mausoleos y tumbas cubiertas por la fauna salvaje allí presente que seguían con sosegada esplendidez la senda.

Aquel boscoso paisaje no me era del todo desconocido. En breve me vi frente al Portal de la Av. Egipcia. Highgate era unos de los lugares en donde menos quería estar. Como alma que vuelve al cuerpo, mi fisonomía tembló e intenté volver pero allí estaba él.
Pude ver su pelo rojizo en la oscuridad

—Querida Anita… —Sonrió y caminó pausadamente hacia mí.

Bajo la luz de la luna pude ver su pelo largo prolijamente atado como solía tenerlo durante el velorio, solo que cayendo hacia adelante por uno de sus hombros. Esta vez llevaba una gabardina negra que no recordaba que tuviese aquella vez.

—No entiendo… — Me apresuré a contestar.

—Veras, es bastante sencillo —alegó él colocando sus manos en los bolsillos—: Mantengo mi palabra. Serás mi compañera, sin miedo de que algún error nos separe otra vez.

Avanzó raudamente en mi dirección. Ansié huir pero una fuerza extraña me lo impidió. Volví a notar ese aspecto de porcelana y mármol en su semblante. Pronto sus manos me alcanzaron y tomándome del rostro depositó un beso en mi mejilla. Y como queriendo abrir la herida hundió sus colmillos en mi piel. El dolor y una especie de sensación agónica invadieron mi ser, tuve la impresión de que la sangre se me helaba en las venas. Me mareé y el resto fue oscuridad.