lunes, 24 de mayo de 2010

Oración de un padre

Dame Señor, un hijo

que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil,

y lo bastante valeroso para enfrentarse a sí mismo cuando sienta miedo.

Un hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota,

y humilde y magnánimo en la victoria.

Dame un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho.

Un hijo que sepa conocerte a Ti...

y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental del conocimiento.

Condúcelo, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil,

sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los retos.

Y ahí, déjalo aprender a sostenerse firme en la tempestad,

cuyos ideales sean altos.

Un hijo que se domine a sí mismo antes que pretenda dominar a los demás;

un hijo que avance hacia el futuro,

pero que nunca se olvide del pasado.

Y después de que todo eso sea de él,

agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del humor,

de modo que pueda ser siempre serio,

pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio.

Dale humildad,

para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza,

la imparcialidad de la verdadera sabiduría

y la mansedumbre de la verdadera fuerza.

Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar:

¡No he vivido en vano!

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